En la historia íntima de Berisso, hay nombres que no necesitan títulos; basta mencionarlos para evocar gratitud. El Dr. Mario Patrizi es uno de ellos. No era solo un médico de excelencia; era un pilar de la fe y la salud en la ciudad.

El relato de su vida profesional no se limita a un consultorio, sino que se ancla en su propia clínica privada en el Barrio Banco Provincia. Ese lugar no era solo un espacio de atención; era un santuario de la curación, un proyecto de vida donde el Dr. Patrizi volcó su corazón y su genio como otorrinolaringólogo. En cada pasillo, en cada sala de espera, se palpaba una atmósfera diferente, una calidez humana que mitigaba el frío del diagnóstico. Él demostró que el más alto nivel de profesionalismo podía coexistir con la más profunda ternura.

Su maestría era un faro. Atendía a los niños con esa dulzura que desarma el miedo infantil al guardapolvo blanco y trataba a los ancianos con el respeto y el tiempo que merecían. Escuchaba el cuerpo, sí, pero también el alma de Berisso. El boca a boca lo elevó a leyenda: no importaba qué tan complejo fuera el problema de oído, nariz o garganta, el Dr. Patrizi tenía una solución, o al menos, una palabra de consuelo que ya era media cura.

Pero su vocación era demasiado grande para confinarse. Llevó esa misma entrega al servicio público como Director del Hospital de Berisso, tejiendo un puente inquebrantable entre su excelencia privada y la necesidad social. En ese cargo de inmensa responsabilidad, luchó para que la dignidad y la calidad de la atención fueran accesibles a todos, sin importar su origen ni su bolsillo.

Como un orgulloso italiano, sumó a este incansable servicio el liderazgo cultural: fue también un estimado Presidente de la Sociedad Italiana de la ciudad de Berisso, demostrando que su compromiso era integral, abarcando tanto la salud de la gente como la preservación de las profundas raíces que forjaron Berisso.

El Dr. Mario Patrizi no solo reparó cuerpos; sanó la confianza de su comunidad. El recuerdo de su clínica es el recuerdo de un hombre que decidió dedicar su vida entera, su talento y su esfuerzo, a aligerar el dolor ajeno. Por eso, en Berisso, su nombre sigue siendo sinónimo de esa rara y preciosa combinación: un médico brillante y un ser humano sencillamente inolvidable.