Daniel Ridner es uno de esos hombres que llevan la historia en la piel. Nació y creció en la calle Nueva York de Berisso, un rincón cargado de recuerdos donde los viejos frigoríficos Swift y Armour marcaron el pulso de la ciudad. Allí, entre olores a río y a trabajo duro, descubrió el valor de la diversidad: italianos, rusos, búlgaros, polacos, judíos, españoles… todos construyendo una vida en común.

Su padre, un inmigrante polaco judío que llegó sin nada, fue un ejemplo silencioso de perseverancia. Vendió ropa, arregló autos, abrió una mueblería, fabricó pastas. Cada oficio era un paso para sostener a la familia y enseñar que el esfuerzo es el idioma universal.

Daniel creció rodeado de historias, de calles que vibraban con el bullicio de los comercios, de vecinos que se juntaban frente al único televisor del barrio para mirar, asombrados, ese mundo nuevo en blanco y negro. A los seis años, un auto Nash lo arrojó al asfalto, pero años más tarde fue él quien lo condujo, como si la vida le devolviera una pequeña victoria. Tenía un perro que viajaba en el techo de la camioneta, y las noches del Hogar Social se llenaban de música, con figuras como Julio Sosa y corsos que pintaban la ciudad de alegría. Todo eso lo fue marcando, y con los años entendió que esos recuerdos merecían ser contados.

Escribió, entrevistó, habló. Sus textos, publicados en medios como 90líneas y Berisso Digital, son como ventanas abiertas al pasado. Durante dos décadas organizó charlas en Estudiantes de La Plata, reuniendo a escritores, filósofos y artistas para demostrar que la cultura también se juega en equipo. Porque para él, la memoria no es un álbum viejo: es un latido que se mantiene vivo en las calles, en la música, en los gestos de la gente.

Daniel Ridner no es solo un periodista o un vecino con buena memoria. Es un guardián del tiempo. Un hombre que entiende que el presente es más rico cuando recordamos de dónde venimos. Para él, Berisso no es un punto en el mapa: es una historia que se cuenta con orgullo, una identidad que se defiende y un abrazo al pasado que, lejos de apagarse, sigue iluminando el camino.