En la esquina de Guayaquil y Ensenada, donde la brisa del Río de La Plata roza los techos de chapa y el olor a madera fresca perfuma el aire desde temprano, se alzó una carpintería que no fue solo un taller: fue un legado. La Carpintería Pin-Bell, fundada por Lino Pinarello y Duilio Bellun, nació del esfuerzo, la amistad y una pasión compartida por transformar la madera en algo que trasciende lo útil: lo eterno.

Lino, hijo de inmigrantes italianos, llevaba en sus manos la herencia de generaciones que entendían la paciencia del roble y el alma del cedro. Duilio, con la mirada serena y la precisión casi matemática de un escultor nato, sabía que cada veta contaba una historia.

Pin-Bell no tardó en convertirse en mucho más que un taller. Fue escuela para jóvenes aprendices, refugio para vecinos en busca de una silla que sostuviera memorias, y templo de silencio donde cada serrucho, martillo y gubia se movía con el respeto de quien conoce la nobleza del oficio.

Allí se fabricaron cunas para los hijos del barrio, escritorios que guardaron cartas de amor y mesas donde se celebraron décadas de cenas familiares.

El taller, con sus muros llenos de herramientas colgadas como reliquias, respiró una dignidad silenciosa. Cada mueble, cada marco, cada pieza salida de Pin-Bell llevó algo de Lino y Duilio: la honestidad de su trabajo, la elegancia sencilla de lo bien hecho, la calidez de quienes supieron que construir con las manos también puede ser una forma de amar.

Hoy, el espíritu de los fundadores y el eco de los martillos se siguen escuchando en esa esquina. La carpintería Pin-Bell fue espacio, memoria y corazón de una comunidad que aprendió que el verdadero lujo está en lo artesanal, en lo humano, en lo que se hace con el alma.

Video: Dirección y Produccion de Marcelo Galvez para el ciclo la Mirilla, Historias de Inmigrantes.

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