El sol apenas despuntaba sobre el Río de la Plata, pero las calles de Berisso ya vibraban con una energía especial. Era 17 de octubre, y el aire olía a historia, a lucha, a lealtad. En la calle Nueva York, se observaba el ir y venir de la gente.

Por aquellos días de 1945, cuando el rumor de la detención de Perón corrió como un reguero de pólvora por los pasillos del Swift. Los trabajadores, hombres y mujeres de manos callosas y corazones ardientes, se miraron a los ojos y supieron que debían actuar. No podían permitir que le arrebataran a su líder, al hombre que les había devuelto la dignidad.

Las sirenas del frigorífico resonaron como un llamado a la rebelión. Los obreros, al mando de Cipriano Reyes, salieron en masa, dejando las herramientas a un lado y tomando las calles. Marcharon con paso firme, con la determinación grabada en sus rostros, hacia el corazón de Buenos Aires.

La multitud, sintió la fuerza de la unidad, el calor de la camaradería, la certeza de que juntos podían cambiar el destino. En la Plaza de Mayo, la multitud se hizo río, un mar de rostros clamando por la libertad de Perón. La lluvia no amilanó a nadie. La lealtad era más fuerte que cualquier tormenta.

Cuando la noticia de la liberación de Perón llegó a la plaza, un rugido ensordecedor se elevó hacia el cielo. Era el grito de un pueblo que había recuperado su voz, que había demostrado que la lealtad no era una palabra vacía, sino un compromiso inquebrantable.

La historia dirá que el 17 de octubre es mucho más que una fecha en el calendario. Es el símbolo de la lucha obrera, de la justicia social, de la esperanza.

Mientras el sol se elevaba sobre Berisso, el eco de las sirenas del Swift resonaba en el aire, recordándoles a todos que la lealtad sigue viva, latiendo en el corazón de cada trabajador, en cada rincón de esta ciudad que es el kilómetro cero del peronismo.