En las calles de Berisso, donde el aroma a río se mezcla con el dulce perfume de las masas recién horneadas, se alzaba un templo de la nostalgia: la Confitería La Primavera. Un lugar donde el tiempo parecía detenerse, y cada bocado era un viaje a la infancia, a las tardes de merienda con la abuela y a las celebraciones familiares que marcaron nuestra historia.

En una hoja amarillenta, con la tinta ya desvanecida por el paso de los años, pero la caligrafía precisa y firme de los hermanos, se distingue un presupuesto de un servicio de lunch de los años 60. Esto es un tesoro que nos transporta a una época donde la vida se saboreaba con calma, donde los hermanos Herrera, con sus manos expertas y corazones generosos, creaban delicias que alimentaban el alma.

Imaginen las mesas repletas de sándwiches de miga recién cortados, las empanaditas doradas y crujientes, las medialunas tibias que se deshacían en la boca. La Primavera era mucho más que una confitería, era el punto de encuentro de los vecinos, el lugar donde se tejían historias de amor, amistad y familia.

Cada dulce, cada torta, cada café con leche era un acto de amor, una manera de decir "estamos aquí, compartiendo este momento". Y así, La Primavera se convirtió en parte de nuestra identidad, en un símbolo de la calidez y la hospitalidad berissense.

Hoy, al contemplar ese presupuesto de lunch, se siente una profunda emoción. Es como si se pudiera escuchar las risas de los niños y las voces de los hermanos Herrera, ofreciendo sus creaciones con una sonrisa.

La Primavera fue tradición y sabor en Berisso. Esto nos enseña que la vida está hecha de pequeños momentos dulces, de recuerdos que perduran en el tiempo.